La psicopatía es uno de los trastornos mentales que tiene consecuencias más devastadoras en la persona que lo sufre y muy especialmente en su entorno. Además, como más tarde veremos, es uno de los trastornos más difíciles de tratar.
Aunque no existen muchos estudios de la psicopatía infantil y adolescente, se ha demostrado que el trastorno comienza en la infancia. Incluso algunos estudios indican que la presencia de psicopatía en la niñez y adolescencia es una variable que puede predecir de un comportamiento criminal en la etapa adulta.
Ya en el año 1976 Cleckley definió la personalidad psicópata con una serie de características claves:
Por otro lado, los investigadores están de acuerdo en que al referirse a niños y adolescentes se hable de rasgos psicopáticos y no de psicopatía en sí, porque algunos de estos niños al hacerse adultos no desarrollan el trastorno.
Robert Hale, uno de los mayores expertos en este campo, describe a los psicópatas como depredadores de su propia especie. Además distingue a estos individuos por unos síntomas característicos en el ámbito afectivo, interpersonal y conductual:
Otros rasgos que aparecen en los niños y adolescentes con psicopatía son:
Otros estudios sobre este tema han demostrado que el adolescente con rasgos psicopáticos ha desarrollado en la infancia otras patologías como el trastorno por déficit de atención e hiperactividad, trastorno de conducta en la infancia o el trastorno disocial.
Es importante hacer un diagnóstico adecuado y distinguir entre un adolescente o niño normal y uno con el trastorno.
Los niños y adolescentes pueden tener una serie de características típicas de este periodo como por ejemplo la falta de empatía, la transgresión de las normas o conductas de riesgo como el consumo de sustancias.
Algunos autores como Seagrave y Grisso indican que muchas de las características psicóticas que aparecen en la adolescencia son los aspectos normales de esta etapa del desarrollo.
Sin embargo, existen otros autores que aún estando de acuerdo con la afirmación anterior, consideran que muchos de los síntomas de psicopatía en niños y adolescentes son algo más que manifestaciones normales en esta etapa del desarrollo.
Según algunos autores un rasgo especialmente distintivo en estos niños es que se les considera como poco temerosos y los efectos de la socialización son prácticamente nulos al no experimentar culpa ni aprender del castigo.
Los padres van enseñando al niño cuándo y cómo experimentar emociones como el orgullo, la vergüenza, el respeto o la culpa usando el castigo cuando actúan mal. En estos niños no es fácil inculcar el sentimiento de culpa porque no lo tienen desarrollado.
No sienten ansiedad ni miedo cuando van a transgredir una norma, ni el temor a las represalias de los padres u otras figuras de autoridad. Esto dificulta en gran medida una socialización normalizada.
Dentro de este grupo de niños y adolescentes con rasgos tan variados es necesario prestar una especial atención a aquellos que además de tener un comportamiento antisocial y de desafío constante a la norma y a la autoridad, son individuos fríos, manipuladores y con dificultad para experimentar emociones. Estos rasgos de personalidad junto con la falta de internalización de la norma hacen que estos niños y adolescentes sean especialmente difíciles de tratar.
Existen numerosos estudios sobre las causas que llevan a desarrollar este trastorno psiquiátrico. Las investigaciones en este campo continúan porque no se ha encontrado un determinante claro para su desarrollo. Más bien parece el resultado de la influencia de varios factores.
Se han realizado numerosas investigaciones con familias, con gemelos, o niños adoptados. Los resultados demuestran que los genes pueden ser responsables de que algunos individuos sean vulnerables a desarrollar este tipo de trastorno.
Pero ningún gen único es el responsable del trastorno. Se trata de múltiples genes que se combinan para generar esa vulnerabilidad. Y por otro lado, el riesgo de padecer el trastorno podría variar en función de la cantidad de genes que comparte un individuo con alguien que padece la enfermedad.
Algunos estudios indican que el daño o disfunción cerebrales pueden ser influyentes a la hora de desarrollar el trastorno. Por otro lado, parece existir una falta de conexión entre la amígdala (encargada de regular las emociones) y la corteza prefrontal en estos sujetos.
También se han realizado investigaciones en torno a la influencia que pueden tener neurotransmisores como la dopamina o serotonina.
La teoría predominante en este campo es el denominado modelo de vulnerabilidad-estrés. Tiene como supuesto básico que para que se llegue a desarrollar el trastorno es necesario la existencia de una vulnerabilidad, que puede ser activada por diversos estresores que precipitan la aparición del trastorno.
En cuanto al tratamiento de este trastorno aún no se ha demostrado que exista un tipo de intervención que sea exitosa con estos individuos. Los estudios en este contexto son además pesimistas y algunos autores como Harris y Rice incluso concluyen que en algunos casos el tratamiento no sólo no es efectivo sino que además puede ser contraproducente.
Los principales problemas a la hora de realizar una intervención son por un lado las limitaciones que presentan los estudios que se han realizado al respecto, y por otro, las propias características de estos individuos que hacen el tratamiento poco efectivo.
Entre estas características destacan la imposibilidad de crear un vínculo entre el terapeuta y el paciente; no sienten la necesidad de cambiar, no existe una comunicación sincera e imposibilitan el trabajo emocional.
En el año 2000 Lösel ha resumido una serie de principios que deben guiar la intervención con estos sujetos teniendo en cuenta el estudio de los tratamientos aplicados hasta ese momento que demuestran ser los más eficaces. Según concluye, los programas de tratamiento deberían contar con estos fundamentos:
Aunque a día de hoy no exista un programa que se haya mostrado eficaz en el tratamiento de los niños, adolescentes y adultos con esta patología, siguen realizándose estudios e investigaciones encaminadas a dar con él.
Kochanska en 1997 ya resaltó la importancia de evaluar el temperamento de los niños porque aquellos con características de personalidad poco temerosas van a tener dificultades para desarrollar emociones como la culpa o la empatía.
Así mismo queda constancia de que las intervenciones con los niños y adolescentes tienen que ir principalmente encaminadas a controlar los impulsos antisociales con un tratamiento estricto y ordenado para el cumplimiento de las normas y hábitos.
Pero en definitiva, a día de hoy no se ha concluido que tipo de intervención es la adecuada para una persona con estas características. Es necesario saber más acerca de las causas y los procesos implicados en su desarrollo para poder aportar un tratamiento conjunto desde la farmacología y la psicología.
El primer paso que deben dar los padres que sospechen que su hijo puede padecer este trastorno es ser consciente de ello. Muchas veces por temor o miedo al qué dirán se intenta ocultar el problema pero eso no ayudará a encontrar una solución o a la posible mejora de los síntomas.
Dada la complejidad del trastorno es fundamental acudir a un profesional experto en esta materia, que pueda orientar y aconsejar sobre el tratamiento adecuado. Además podrá facilitar a los padres las pautas de comportamiento y educativas que son necesarias para tratar a estos niños y adolescentes.
Conocer las posibles causas del trastorno o cómo funciona puede ayudar a los padres a entender y aceptar mejor el proceso por el que pasa su hijo.
Aunque en muchos casos esta sea una respuesta que parece incontrolable, en ningún caso es beneficiosa para el tratamiento de estos niños.
Se trata de fomentar hábitos y comportamientos sociales adaptativos consiguiendo que respete ciertas normas y haciendo especial hincapié en explicar y demostrar que este comportamiento adecuado tiene repercusiones positivas principalmente en ellos mismos.
Es muy importante que los padres que tienen que lidiar con este trastorno puedan contar con una red de apoyo con la que compartir sus inquietudes o en las que buscar apoyo cuando sea necesario.
Esta red puede estar formada por familiares, amigos e incluso grupos de ayuda mutua formados por más padres en su misma situación en el que pueden compartir sus inquietudes.
Es importante tener en cuenta que el niño o adolescente con este trastorno únicamente velará por sus propios intereses y necesidades. Es más recomendable en estos casos llegar a acuerdos con él que enfrentarse y discutir sus creencias y/o comportamientos.
Es conveniente que los padres se muestren firmes y seguros de sí mismos ante el niño o adolescente y mostrar los menores puntos de debilidad posibles ante él para evitar la manipulación.
En muchos casos esta situación puede sobrepasar a los padres y abandonar toda esperanza de mejoría. Incluso puede llevarles a tomar decisiones o realizar conductas perjudiciales para ellos mismos, como el abuso de sustancias o de medicamentos para sobrellevar la situación. Esto en ningún caso ayuda a la mejoría del niño sino que empeora notablemente la situación familiar.