Bisquerra (2016) define las emociones como la esencia de la vida. En palabras del autor, sin éstas seríamos unas simples máquinas, motores sin sentido en busca de objetivos programables.
Como numerosos ámbitos en la vida del ser humano también es posible educarlas. Por tanto, el mismo autor define a la educación emocional a través de las siguientes palabras: es un proceso educativo, continuo y permanente, que pretende potenciar el desarrollo emocional como complemento indispensable del desarrollo cognitivo, constituyendo ambos los dos elementos esenciales del desarrollo de la personalidad integral. Señala que la inteligencia emocional es una de las habilidades para la vida y que, por tanto, deberían enseñarse en el sistema educativo (Bisquerra, 2000).
Por otro lado, Fernández (2016) la caracteriza como la educación emocional es, precisamente, conducirnos hacia ese bienestar personal y social que buscamos.
A lo largo de la historia educar ha correspondido a la familia, como pilar fundamental. Mientras que la transferencia de conocimientos ha recaído principalmente en la escuela como medio sustancial y fuente de saber meramente formal.
Sin embargo, en la actualidad, la enseñanza ha dado un cambio radical inclinándose principalmente hacia una formación ya no solo académica sino también social, pues se empieza a plantear la importancia de las relaciones con el entorno más cercano de los alumnos (englobando aquí a la familia, amigos y compañeros, entre otros).
Todo ello conlleva apartar la mirada de los excelentes e impecables expedientes académicos para poner el punto de mira en la eficacia de las relaciones que establece la persona con su alrededor.
Se trata de observar el sentimiento de felicidad de los seres humanos, aquel sentimiento de felicidad considerado como utopía desde décadas anteriores.
Para dar respuesta y localizar el sentimiento de felicidad, que hemos señalado anteriormente, debemos indagar sobre lo que necesitamos para lograrla.
Si observamos los elementos necesarios que plantea la receta de la felicidad, podemos llegar a encontrarnos con algunos factores que cuenten con alguna debilidad y/o varias fortalezas de estos elementos, los cuales son considerados necesarios para lograrla.
Estos elementos están conformados por la autoconciencia emocional, la regulación de las emociones, la autonomía emocional y las habilidades sociales.
Con la adquisición de éstos podemos llegar a encontrar el resultado esperado, la felicidad (Fernández, 2016).
La felicidad no es un don que de repente nos cae del cielo. La felicidad es algo que se construye, día a día, siendo dicha construcción responsabilidad de todos y cada uno de nosotros. Y de entre las mejores herramientas de las que se dotó el ser humano está la comunicación (Muñiz, 2016).
Lograr que la educación emocional sea un aprendizaje duradero en el tiempo y que estas competencias se desarrollen en los alumnos implica un aprendizaje a lo largo de toda la vida.
Por lo tanto, es primordial comenzar cuanto antes a fomentar el aprendizaje de la educación emocional como contenido imprescindible en el currículum escolar.
La rápida capacidad de aprendizaje que se observa en la infancia es una muestra de que es beneficioso aportar este contenido a los alumnos en edades tempranas.
Es decir, cuanto antes comencemos el aprendizaje se llevará a cabo de manera más rápida y se obtendrán excelentes resultados, los cuales serán utilizados durante toda la trayectoria vital de los alumnos.
Por todo ello, no puede pasar inadvertida la idea de que enseñar es, sin lugar a dudas, tanto para padres como para docentes, una actividad vocacional y conmovedora, que requiere de un gran esfuerzo y dedicación para resolverla.
Sin embargo, la formación del docente sigue vigente en las mismas directrices que desde hace bastantes décadas, donde la inteligencia meramente conceptual estaba en vigor y tenía una posición inalcanzable por otros logros.
Son numerosos los padres y docentes que consideran no estar preparados y, por tanto, no asimilan la posibilidad de efectuar un cambio en los estilos de enseñanza del siglo XXI.
Es por ello por lo que Fernández (2016) opta por una mayor formación en lo que respecta a competencias sociales y emocionales, ya que el docente deberá ser el modelo a seguir por todo su alumnado, desde las propias relaciones inter- e intrapersonal, para así poder establecerse y gestionar objetivos a nivel emocional, social y académico
Como hemos mencionado con anterioridad, la Familia y la Escuela son dos pilares fundamentales que van de la mano en cualquier ejecución educativa.
Es por ello por lo que debemos tener presente los grandes medios de enseñanza que, a día de hoy, brinda la sociedad del conocimiento, a través de las Tecnologías de la Información y la Comunicación, los medios de comunicación, los grupos sociales, entre otros que conforman la red comunicativa a la que la sociedad se expone continuamente (Gutiérrez, 2003 en Serrano, 2016).
A continuación vamos a exponer una serie de aspectos con las que el docente podrá trabajar tanto con el alumnado como con la familia, utilizando para ello cualquier medio que lo precise (Fernández, 2016).
Así, es necesario que se dé un equilibrio en el aprendizaje, para que los alumnos alcancen el estado de bienestar que señalábamos al inicio, el que debe aportar tanto la escuela como la familia a partir de la práctica y el entrenamiento de ésta, a partir de la comunicación verbal, no verbal y paraverbal (Fernández, 2016).
En primer lugar, debemos señalar que el profesor necesita dominar las destrezas sociales y emocionales que tiene que transmitir al alumnado, sin dar lugar a la improvisación. El maestro debe ser un modelo socioemocional y un propulsor de aprendizaje.
Como Modelo Socioemocional debemos señalar que es el espejo donde el alumno se observa, desde donde obtiene los ejemplos emocionales más cercanos que más tarde dejarán huella en su desarrollo.
Y como propulsor del aprendizaje es el que percibe las necesidades manifestadas, las motivaciones individuales, los intereses propios/grupales y los objetivos de cada uno de sus alumnos.
Además, ayuda a establecer las metas que debe proponerse cada niño; es la figura idónea para agilizar la elección oportuna en el proceso de la toma de decisiones, repercute en la orientación personal (Fernández, 2016).
Por lo tanto, establece un clima emocional positivo dando apoyo para incrementar la autoestima y la autoconfianza del alumnado (Fernández, 2016).
Por ello, según Albendea, Bermúdez y Pérez (2016), se debe resaltar que una excelente educación emocional aporta al niño numerosos beneficios en su propio desarrollo socioemocional como:
Asimismo, se obtiene prevención en el consumo de sustancias como las drogas, facilita un buen clima de convivencia, cuenta con una relación idónea entre sus iguales y sus docentes, además de contar con mínimo porcentaje de violencia y depresión.
Teniendo en cuenta la literatura expuesta debemos señalar varias estrategias para trabajar la autorregulación emocional del alumnado (Fernández, 2016):
De esta forma también se puede fomentar la educación emocional. Para llevarla a cabo es oportuno que exista un reposo a nivel muscular y sensorial.
Utilizando para ello música relajada, como el uso de las olas del mar, y realizando la relajación en un orden lógico del cuerpo.
En todas las relaciones afectivas debe darse un equilibro emocional, ya sea escolar o familiar, y en la mayoría de los casos no se tiene conciencia de ello.
Se realizan constantemente manifestaciones verbales con elevada connotación emocional, transmitiendo un mensaje afectivo que el niño percibe, interpreta y experimenta un determinado estado de ánimo.
Por ello, debemos tener en cuenta que en cuanto al ámbito familiar, los vínculos afectivos cobran especial relevancia en la práctica de las habilidades comunicativas.
Comunicarse de forma efectiva en familia aumenta favorablemente la inteligencia emocional, sin llegar a grandes extremos, pues una amplia implicación dará lugar a un gran desgaste emocional y una minimización implicaría a la despersonalización del individuo, perdiendo gran parte del valor y la calidad humana de la persona (Fernández, 2016).
Teniendo en cuenta todo lo argumentado debemos resaltar que las relaciones docente-familia son más escasas que las que tiene el propio alumno con sus compañeros y con la escuela en sí misma, es importante contar con la participación familiar y, por ello, no deja de ser relevante el trato que tenga el centro con este contexto tan cercano al alumnado.
Estas relaciones pueden originar situaciones problemáticas, en algunas ocasiones, cuando no se da reciprocidad entre la labor del docente y la de la familia, sin mostrar colaboración por la tarea que está ejerciendo el profesional.
Sin una compenetración y un entendimiento entre ambas partes no se pueden esperar grandes resultados.
Por ello, debemos tener presente algunas indicaciones que los docentes deberán utilizar para acercar su trabajo a las familias y, de esta forma, agilizar el proceso enseñanza-aprendizaje de la inteligencia emocional. (Fernández, 2016):